-Buenas tardes, le dijo el señor TV a su esposa, después darle un frío y desapercibido beso en la mejilla. A los pocos minutos ya estaba postrado, mudo, delante del espejo, contemplando, con mirada perdida, su rectangular y luminoso rostro.
Nunca hubiese percibido cómo deseaba su esposa, la señora Microondas, ver ese espectáculo de colores e imágenes; de chimentos, de propagandas prometedoras, de bailes en caño, de sueños de consumo. Pero había llegado él del trabajo y era hora de ponerse en funcionamiento. Además, como éste se ponía en un rincón, entre pared y pared, no podía captar nada más que el murmullo de un comentario de fútbol.
De nuevo a girar el plato de comida.
El comía, no por necesidad, sino por costumbre. Ya había olvidado hacía mucho tiempo agradecer a su mujer por el almuerzo y sólo podía pensar en apagarse un rato y dormir la siesta.
Mientras tanto ella se miraba las manos. O lo que quedaba de ellas: las quemaduras de los platos, el detergente, el alambre de fregar sartenes y más sartenes. No se quejaba. De chica, para el día del niño, los padres siempre le habían comprado la cocinita y el escobillón. No esperaba nada de nadie ni de nada.
En sus horas de soledad, aunque no estuviera ocupada, el plato seguía girando dentro suyo, como un ser ajeno, que le provocaba un profundo dolor de cabeza.
La cena era una fotocopia barata del mediodía. Antes de dormir, ambos tenían que lidiar con la imposibilidad de comunicarse sin protocolos, en sus breves e incómodas horas “libres”.
Buenos días, dijo el señor TV. Ya era martes. Ella giraba el desayuno.
Nunca hubiese percibido cómo deseaba su esposa, la señora Microondas, ver ese espectáculo de colores e imágenes; de chimentos, de propagandas prometedoras, de bailes en caño, de sueños de consumo. Pero había llegado él del trabajo y era hora de ponerse en funcionamiento. Además, como éste se ponía en un rincón, entre pared y pared, no podía captar nada más que el murmullo de un comentario de fútbol.
De nuevo a girar el plato de comida.
El comía, no por necesidad, sino por costumbre. Ya había olvidado hacía mucho tiempo agradecer a su mujer por el almuerzo y sólo podía pensar en apagarse un rato y dormir la siesta.
Mientras tanto ella se miraba las manos. O lo que quedaba de ellas: las quemaduras de los platos, el detergente, el alambre de fregar sartenes y más sartenes. No se quejaba. De chica, para el día del niño, los padres siempre le habían comprado la cocinita y el escobillón. No esperaba nada de nadie ni de nada.
En sus horas de soledad, aunque no estuviera ocupada, el plato seguía girando dentro suyo, como un ser ajeno, que le provocaba un profundo dolor de cabeza.
La cena era una fotocopia barata del mediodía. Antes de dormir, ambos tenían que lidiar con la imposibilidad de comunicarse sin protocolos, en sus breves e incómodas horas “libres”.
Buenos días, dijo el señor TV. Ya era martes. Ella giraba el desayuno.
Escrito por Franco y Sofía
2 comentarios:
de nuevo por aqui. jaja. pasaste del agua a cortazar y despues a una excelente creacion. te felicito. estuve viendo que vos tambien ss de cba. y tenes 16!! eso si que es increible. segui asi.
un beso grande
ah y soy de cba tmb asi que seguro participo en alguna actividad del foro dl agua. conta con mi presencia
chau-
jejeje ,me sucedió algo raro y es que había pasado por el blog de franco y había visto esto, y me dije ve que interesante,me gusto mucho,ahora paso por el tuyo y veo el mismo escrito y yo me pregunto y esto que??? no lo había visto antes???
y pues ahora que leo lo escribiste con el,pues déjame decirte que que buen dúo, deberían de hacerlo mas a menudo;al igual que el señor TV y la señora microondas hay buena conexión...
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